miércoles, 22 de septiembre de 2010

ganar un concurso no significa nada

areciera que ganar un concurso de cuento es lo ùnico que importa....pero cuando se es cuentista de nacimiento ganar un concurso no dice absolutamente nada.... 
Y caminé todas las veredas y siempre encontré la misma sombra larga y callada..
sonaron, en el brindis, el roce del cristal que contenía el vino amargo, no tengo paladar para vino....mejor hubieran traído rompope, al menos con el sabor de ese licor de huevo, me hubiera acordado de las visitas que en compañia de mi abuela Lilia haciamos a todas las ancianas ricas de la ciudad. Vivían allá rumbo al parque Lerdo, cerquititas del Instituto América, detrás de la quinta Gameros. 
Que aburridas y tediosas eran aquellas visitas, sentada en medio de dos ancianas que charlaban sobre difuntos que solo ellas conocían. Después, sobre las hijas de la cleofas, aquellas que se metían con el caporal y del cual, las dos esperaban un hijo, y por si esto no fuera poco, La tal cleofas iba de misa, cuando había misa, tomada del brazo de su casi yerno, que dicen las malas lenguas, tambien le hace favores a la tan distinguida dama. Al cabo del tiempo, terminará siendo la abuela de sus hijastros
Con el licor de huevo y el sonido de los pasos sobre el piso de madera, me hubiera inventando otro cuento de antaño, de aquel ayer cuando me sentaba en la mecedora de mi tatarabuela para hacerla enojar:
-¡ mocosa del demonio!¡ bájate de la mecedora!-me gritaba mientras ponía más audusto y enjutado su gris y avenjentado rosto y al ritmo de su rabia yo me mecía màs , escuchando el crujido de la madera en el vaivén de la mecedora, y mi tatarabuela tratando de rezar su rosario, sin poderse concentrar, mirándome de reojo, llenando de rabia sus pequeñitos ojos que lanzaban las llamaradas del mismito infierno.
Afuera, en el zaguán, mientras nosotros, lo que ganamos, brindábamos; los secretos de don antonio empezaron a clamar atención. 
Siempre quise ser actriz y nunca me atreví, y mirando a los jóvenes moverse con aquellos medievales trajes pegados al cuerpo, se veían guapos, he de reconocerlos, la juventud da un toque de gracia y hermosura a las personas.
Mirándolos, recordé que si intenté ser actriz y el miedo me obligó a dejar el comenzado inicio en el camino del arte, tenía apenas 13 años, y estábamos en clase de literatura actuando el entremes "El juez de los divorcios".
Me divertí mucho sacudiéndome la nariz mientras proclamaba consideración a una mujer que no gustaba de pegarle a su marido, pero que tenía que hacerlo por el bien de la pareja. El juez no atendió razones y azotando el marro sobre el escritorio del profesor, dió por terminado mi matrimonio. El màs corto matrimonio que haya tenido en mi vida.
ah, la juventud, que no nos deja temerle a nada, aunque pensándolo bien, yo le temía a todo y sigo temiéndole....aquellos chicos gallardos, con esa lozana fragancia muestra de que han vivido poco y aún pueden, algunos, seguir tiene una lámpara resplandeciente en el rostro.
La luz se va extinguiendo con los años y la gallardura perdurará, si antes no se anteponen todos los pecados capìtales, a los que no sé bien, quien nos ha expuesto. Jóvenes todos sobre el escenario, y yo detrás del enorme ventanal, con una copa de vino blanco en la mano, pienso...qué habrá sentido Sor Juana, cuando aún no era monja, ni vestía esos tocados de prohibición. Qué sentiría Juana mirando pasar por los empedrados de la ciudad a aquellos gallardos caballeros de la colonia, que saludaban de manera formal tocándose el ala del sombrero. ¿Sentiría lo mismo que yo, mientras miraba como se corren los años de manera drástica por los cortinajes que llenos de polvo, caen pesadamente sobre la madera de los pisos, ensuciándolo todo?