miércoles, 22 de septiembre de 2010

la luna

la luna

de Rocio Avitia, el El miércoles, 09 de diciembre de 2009 a las 3:08
Toda la noche se coló, por la rendija de la ventana, la cola helada del viento y hacia arrullo de rancho en mi oído.Entonces, pude ver como las ramas desnudas del sauz seco, a la orilla del río, ordeñaban rayitos de luna.

Dicen y debe ser cierto que los recuerdos no son del todo verídicos, que en el camino siempre van modificándose dependiendo del ánimo y de la luna. Pero una cosa es clara,lo más elemental siempre se conserva intocable porque hay sensaciones que no pueden cambiar.

Y es verdad que aquel sauz lejano que bebía del río, solía amar de noche...la luna era como una chica desnuda que deslizaba entre las ramas sus vestimentas, todas plateadas y destellantes...el sauz le besaba la cara, lo hacía lentamente y al mismo tiempo con desespero. La amante luna duraba poco tiempo entre los brazos secos y desnudos de aquel árbol. Siempre terminaba huyendo, pero nunca olvidaba prometer su regreso.

Que extraño recuerdo es este de la luna deslizándose desnuda para caer en el río y bañarse en él, como se ondulaba en la suave corriente del agua que cantaba. Y el sauz que se agachaba hasta acariciar el río, besaba este reflejo. Recuerdo que había días en que la noche aún no llegaba y ya la luna venía desnudándose, en esta combinación de dia y noche, siempre la miré enorme, coqueta, desinhibida y provocativa.
Y mirando esa luna , en un ritual de amor, sabía como padecía y se opacaba cuando el sauz perdía sus hojas. Recuerdo que al caer el día el pájaro azul acompañaban su arribo . Y sonaba la peregrina en la oscuridad de la noche. La tenue luz de un quinqué y el humo de un cigarrillo era todo lo que se miraba durante aquel ritual de amor.
Y al canto de flor se llamaba, flor era ella, yo veía como la luna se metía en la enramada y se coronaba de verdor, para después de amada bajar al río, donde la miré muchas veces mojar su enrojecido rostro.
Era tan pálida y azul que me sorprendía mirarla sonrojada bañándose a la orilla de rio, donde parecía sostenerse del sauz para que la corriente no la arrastra río abajo y el sauz aprovechaba para seguir besándola y acariciándola. Poco tiempo duraba este ritual de amor, casi cinco melodías menos que el disco que sonaba sobre el pequeño tocadiscos rojo de pilas, que todas las noches mi padre sacaba al portal de la casa y que colocaba sobre una mesita, la música lo invadía todo y mientras yo esperaba los arrumacos de la luna entre las ramas del sauz, mi padre acariciaba sus sueños, al tiempo que se bebía unas cervezas y se fumaba una cajetilla de cigarros fiesta.
Mientras el sol se ponía, escondiendo su cola luminosa entre los cerros de la lejanía, mi padre se llenaba de nostalgia y añoranzas y yo al lado suyo, esperaba alguna palabra, pero él permanecía siempre en silencio y envuelto en sombras. Era claro que mi padre tenía un romance con el atardecer, le llevaba serenatas que sonaban tristes, será que no era correspondido, el atardecer era tan efímero e inalcanzable.
Y creo que al no ser correspondido, se dejaba sumergir en el sonido tenue de la noche. Acompañando a peregrina se escuchaba el grillar de los grillos y el croar metódico de las ranas. En ocasiones sobre el tejaban , la lluvia se escuchaba como arroyitos. La noche lloraba por mi padre, y al grito goodbye...se hacía presente arrancando luz de la roca. La voz de López Tarso rompía el arrullo de la lluvia, la melancolía del canto se agregaba al caballo prieto azabache. La historia se escuchaba en todos los rincones oscuros del rancho, el canto de algún gallo se oía a lo lejos, al compás del relinchido incómodo de un caballo se iban apagando los cigarros
El humo del cigarrillo bailando frente a los ojos pardos de mi padre, cuanta soledad tenian aquellas horas, los silencios podían colgarse del almanaque.
Todos los días era lo mismo, solo que en luna nueva, el sauz lloraba y sus lagrimas hacían un charco donde nadaban las culebras, chicoteaban sus cuerpos redondos en el agua fría y hacian un ruido que inquietaban mi corazón.
Cuanta soledad se levantaba al ritmo de la noche, la luna se colgaba donde siempre, lejana e inalcanzable. El sauz quedaba al acecho del desamor, mi padre inundado de vacíos y yo...ahí escuchando las notas de la vida, acompasadas con el sonido de un tocadiscos viejo y de pilas. 
Y todo este recuerdo solo porque anoche, por la rendija de la ventana se coló la cola helada del viento e hizo arrullo de rancho en mis oídos.