miércoles, 22 de septiembre de 2010

Juan

Allá en mi pueblo, frente a la plaza , a un lado de la iglesia, había una pequeña casa donde vivía un hombre ya  mayor y un pequeño niño llamado Juan.
Juan era huérfano, vivía con este hombre que lo habia encontrado vagando por el camino de la cienega, allá  rumbo al potrero.
Era otoño y el viento helado se paseaba disimuladamente por los trigales que ya estaba a punto de cosecha. Juan,con sus tres años de edad,  iba y venía por el camino .
Después de buscar por los alrededores, no fuera que los padres estuvieran por ahi  en algún apuro, pero  como no había nadie,  el hombre decidió llevarse al niño, porque el frío empezaba a arreciar  y ni pensar dejarlo a la intemperie. Lo subió en el caballo y desde entonces el niño se había quedado con él.
El hombre le llamó Juan, de alguna manera debía llamarlo y Juan  fue lo primero que se le ocurrió. El hombre se convenció de que ese niño era la compensación que le debía la vida, después de que perdió a su esposa cuando daba a luz a su niño que ya venía muerto desde el vientre.
El hombre derramó dos lágrimas y después continuo con la vida. Tenía la filosfía de que todo pasa por alguna razón y sin cuestionarse el porque; pero  porque no le importaba saberlo, continuó viviendo.
Por las mañanas la iglesia con sus campanadas le recordaban que estaba vivo y debía continuar así. Un día se encontró despertando con una maldición en la boca y pensó que era tiempo cambiarse de casa.  Alguna casa  que quedara tan lejos de la iglesia que no le despertara el llamado a misa de seis.
Pero nunca se mudó y cuando Juan llegó a su vida, dejó de maldecir y de pensar en mudanzas.

Los dos se hicieron  a la manera uno del otro, el hombre no habia tenido la oportunidad de ser padre,  asi que juan fue como su experimento.  Y nunca pensó que ser padre fuera tan sencillo. Juan ayudaba mucho a que el hombre pensara así, porque era un niño muy obediente, tranquilo y callado. Limpio y discreto en su comer. Cosa que hablaba mucho de la educación que estaba recibiendo,  además a ese silencio que habitaba eternamente en esa casa. Porque el hombre no era de hablar , las comidas se hacían en completo silencio, solo se escuchaba el sonido de la cuchara golpeando el peltre de los platos.
El niño fue creciendo y cuando tenía diez años,  empezó a contar con cierta libertad  y ésta  le permitía  recorrer los caminos aledaños al pueblo, y perderse por las lomas y  echarse boca arriba sobre la hierba, le gustaba mirar el cielo azul  y encontrarle formas a las nubes.
Miraba como las mariposas volaban de flor en flor y de pronto alguna atrevida se detenía en la punta de su nariz provocándole  cosquillas. Solo observaba sin detenerse a percibir. Como si en la vida todo fuera silencio.

El tiempo transcurría de una manera cauta, no se notaba, de pronto la primavera se erguía imponente y al parpadear los copos de nieve se amontonaban sobre la tapa de la noria, sobre la plaza vacía. El paisaje se ponía blanco y frio, tan frio como estaba la casa. Y el silencio se ponía aún más denso, porque al calor de la estufa de leña, entre el trepidar de los leños que agonizaban con el fuego, solo se escuchaba la respiración del hombre, que pasaba las horas mirando como zigzagueaban las llamas dentro de la estufa y como las  sombras danzaban en las paredes a oscuras. Entonces juan acercaba un cojín y se echaba sobre el piso , también a mirar.

las temporadas parecían ser siempre las mismas, a pesar del sol y de la luna, de la sequía o de la lluvia. Hasta el sonido de la iglesia llamando a misa y el silbato del tren todos los jueves que eran  lo único que rompían el silencio de esa casa, parecía ser siempre igual.
Un día, las campanas dejaron de tañir y el tren dejó de pasar, pero el hombre y juan no lo notaron.

La vida seguía escurriéndose y quedándose como polilla en los rincones de esa casa.
Nada rompía la rutina  de ese par de hombres. Pero
Un día , camino a los molinos, Juan encontró a un perro roñoso, que gemía adolorido.  Y   lo llevó a casa.
Pero el hombre no queria animales en el hogar, bastante tenia con los puercos y las gallinas, para todavía tener un perro. Juan se puso firme y pataleo un poco defendiendo su adquisición, pero el hombre fue firme, no quería perros en casa. Juan vio escaparse la posibilidad de por primera vez, tener un amigo.

Cuando siguió el gemido que lo condujo al encuentro del animal, supo que estaría unido de por vida a ese perro y no iba a permitir que el hombre lo apartara de él, porque el cachorro parecía ser  un regalo de la vida y no quería renunciar a él, pero tampoco quería contradecir al hombre. así que,  en la pequeña funda de su almohada echó las pocas pertenencias que tenía y se marchó con el perro.
El hombre no entendía como Juan lo había podido cambiar por un cachorro . Era sencillo que juan no se fuera , el hombre debía autorizar que el perro se quedara, pero no le daba la gana aceptar tal hecho, asi que los vio marchar camino abajo y bordear el rio para perderse en la distancia. 
Esa fue la última vez que el hombre miró a Juan. Derramó dos lágrimas y después siguió  con su vida.
Juan iba en silencio caminando sin saber a ciencia cierta a hacía donde se dirigía, Pero empezó a escuchar cosas que nunca antes  había escuchado. Era la vida que hablaba disimuladamente y se metía por los oídos llenando el cuerpo de vibraciones, nunca había pensado que fuera sordo. Se escuchó silbando, tampoco sabía que silbaba.

El perro seguía sus pasos emocionado....