miércoles, 22 de septiembre de 2010

Raúl

Raúl estaba parado exactamente al lado del corral de las gallinas, miraba, por encima de la cerca, como dormitan y como agitaban en sueños su plumaje.

Sentía como la tarde iba cayendo detrás de las colinas, el sol escondía su melodía y la noche se iba quedando dueña del terreno.
Todo estaba en silencio, para Raúl la vida era una nota sin sonido, no sabía como sonaba el río arrastrándose entre las rocas, ni como era el canto de una ave, ni el relinchido de un caballo, Raúl no conocía ni su propia voz. Desde el primer momento que abrió los ojos no supo lo que era un llanto,siempre con los ojos pelones sin lágrimas , sordo... mudo. Ni siquiera sabía que llorar era una especie de llamada de atención.
Fue un bebe silencioso. Si estaba enfermo tenía que esperar a que su madre se diera cuenta, ¡Eso! si se daba cuenta, porque muchos dolores le pasaron sin que fueran atendidos. Si Raúl empezaba a moverse demasiado en la cuna, es que era una niño inquieto, si patalea o daba e manotazos era un niño berrinchudo, el niño no encontraba la manera de ser comprendido y por ende atendido.
Entre el no quererse enterar de que era una persona diferente, escondiéndolo inconscientemente de los demás fue creciendo, escondido detrás de las puertas, entre medias sonrisas y miradas inseguras.
Era un niño sumergido en las sombras del día , esperando que no estuviera nadie para poder salir. Temeroso de la gente, de los muchachos de su edad.
Solo tenía ese lugar a donde solía ir de diario a mirar como bajaba el río y como dormitaban las gallinas.

En mi pueblo, donde no había personas diferentes, todos éramos iguales, ni ricos ni pobres, ni dueños ni jornaleros, tampoco había homosexuales, ni sordomudos, ni cojos, ni depravados sexuales, ni siquiera había un Cura que sanara de manera invisible los males del espíritu. Todos éramos iguales. Pues en ese pueblo vivía Raúl y no era el único que vivía ahí, sino que además de él, otros escondidos niños, vivían de la misma manera, ignorados. Pasados de largo, como un punto y coma que pareciera no tiene importancia o que hubiera sido puesto al descuido.
Las familias los aceptaban como algo inevitable, pero mientras menos se dejaran ver , no serían un constante recordatorio viviente de que algo extraño pasaba en ese pueblo. En ese pueblo donde todos éramos iguales, aunque los que vivían del otro lado de arroyo, no pudieran venir con comodidad al otro lado de puente, como dice la canción, acá no vivía Gilberto el Valiente, pero si que vivía Raúl y los otros niños.
Y como Raúl vivían muchos más, todos callados y silenciosos.

Raúl quiso aprender a cabalgar...a señas le trataba de explicar a su padre qué quería hacer, su padre se alarmó, si no sabía hablar y no podía oir ,¿cómo iba a cabalgar?
Raúl tomaba las riendas del caballo y su papá se las arrebataba mientras con el dedo le hacía un movimiento de negación y Raúl le respondía afirmando con la cabeza al tiempo que volvía a tomar las riendas del caballo. Todos los días, muy de mañana,era el mismo cuento.
Pero un día, pasó algo increíble, dormido, Raúl escuchó su propia voz, ésta le indicaba que se levantaran más temprano que nadie en aquel rancho, fuera al corral, ensillara el caballo y se fuera a galopar.
El no sabía hablar y no podía oir, y se sorprendió escuchándose a si mismo. Así que atendió su propio consejo, antes de que cantara el gallo, el gallo oficial, y que seguramente Raúl no escucharía, se montó sus pantalones, sus botas, su sombrero y salió rumbo al corral. Era mudo y sordo , pero podía ver y a través de los ojos había aprendido infinidad de cosas, desde alimentar a una gallina, ( Un día le mandaron alimentar a las gallinas, salió con el guare lleno de granos de maíz..pero si las personas no le hacían caso las gallinas menos caso le hacían. Para atraer su atención empezó a bailotear, primero sobre un pie y luego sobre el otro..bailaba y bailaban y las gallinas optaban por hacerse a un lado antes de morir pisoteados por ese hombre. Cuando vio que esa técnica no funcionaba, le dio un arrebato de frustración, lanzó el guare por los aires y éste desparramó todos los granos en el terreno, las gallina salieron en bandadas a alimentarse. Raúl había aprendido, a su manera, muy de él, alimentar a las gallinas).Pues así mismo, mirando, mirando, había aprendido como ensillar un caballo, pero la verdad, no había aprendido muy bien, porque en cuanto puso el pie en el estribo, la silla de montar resbaló y él cayó de golpe en el suelo con la silla encima de la cabeza.
Pero cuando pudo recordar que la silla tenía ganchos para sujertarse y abrazarse al lomo del animal, entonces si, montó y salió a galope tendido hacia la colina.
El caballo sofocado por las cintas de cuero de  la silla había enloquecido , Raúl apenas logro sujertarse con ambos brazos al cuello, casi ahogando al pobre animal, que mas asustado y mas enloquecido corría sin rumbo y sin un jinete que le hiciera sentir seguro. ¿qué seguridad podía hacer sentir Raúl, que abrazado al animal cerró los ojos y se amoldó al cuerpo del caballo para sostenerse sobre el lomo, mientras lo asfixiaba.
Llevarían un buen trecho galopando cuando el caballo se frenó en seco, reparo y lanzó a Raúl contra una peña. A un lado de esa peña, donde estaba la madriguera de unos zorrillos, que al escuchar tal estruendo salieron derramando en el ambiente sus fétidos orines.
El caballo regresó solo al corral, en el camino perdió la silla y para cuando todos se levantaron el animal ya pastaba con tranquilidad al lado de los demás caballos.Durante el día, nadie extrañó a Raúl, pero a la hora de la cena, cuando la madre fue a buscarle, esperando encontrarlo donde siempre le encontraba, mirando dormitar a las gallinas y viendo deslizarse el agua en la cañada,  y al ver que no estaba ahí, empezó a echarle de menos.
Lo buscaron por todo el rancho, por las galenas, en los corrales, por los pozos y de Raúl nada.
Los zopilotes, aves de mal augurio, peinaban el cielo raso, allá al fondo, sobre una roca, distinguían su cena. Era Raúl que después de dos días seguía dormido. Fueron los zopilotes los que alertaron a todo el mundo. Todos temieron lo peor, pero cosa extraña, sintieron alivio. Alivio que se terminó cuando descubrieron que seguía vivo.
Por eso es que ahora está aquí, detrás de la cerca mirando como se desliza el río y yo, sentada en los maderos a un lado de su cuerpo, miró lo mismo que mira él, sonrío y él mira mi sonrisa y piensa que debe ser hermoso lo que yo oigo y que él no puede oir, pero que si puede ver.
Me habla a señas y yo le contesto muy fuerte, en su oído:
-Te quiero Tío!!!