miércoles, 22 de septiembre de 2010

El rio

Y yo que me la llevé al rio----dice Lorca.

Yo también fui muchas veces al río, pingüica de pocos años...¿ nueve o diez ? Siempre invitada por los buenos del pueblo, mi madrina y su hija Alba. Sobre la colina que baja al río, se yergue la casa de los Orozco Avalos.Por la barde del corral, suelo mirar como baja pausado el rio. Pero no siempre es verlo desde arriba, de puntitas en mis pies, para  poder alcanzar a mirar sobre la barda, acostumbro bajar con la pandilla, cuando el sol no calienta tanto y los arrumacos de los sauces que lloran sobre la ribera no son tan dolorosos.
Sentada a la orilla, sumerjo los pies en el agua fría, mientras miro chapotear a los demás para zabullirse después, con las ropas puestas. Yo solo tengo un cambio limpio, y quiero evitar la pena y la vergüenza de pedir ropa prestada.
Todos creen que no gusto del agua del rio. Pero el río y yo somos entes similares, dolientes y pasajeros, metidos en un devenir que no deja de palpitar en la sensible coraza de mi corazón.
Cada vez que me paro sobre las  puntas de los pies  para mirarlo pasar en callada procesión. siento como golpetean mis pensamientos en el hueco de mis oídos, empujándome hacia lo desconocido.Luego, detenida ahi..de puntas , agarrada con los dedos para sostenerme sobre la barda, escucho como los sauces se menean con las ráfagas calientes del viento, sus hojas abanican los troncos, emiten un sonido armonioso de  abandono y soledad. Tal vez sea que soy una niña demasiado vieja.
A veces, la luz no alcanza a destellar en mis ojos, mi sonrisa es patética y rígida, tal vez sea que vengo de una alcurnia apolillada, sin valor monetario, pensando que la clase no solo la da el dinero. Soy también como ese tronco de sauz abanicado por sus hojas. solo que a mi me abanican los pensamientos, tengo tantos y se mueven de manera veloz por todo el centro de mi cabeza, tamborileando y causándome la idea que no soy la que esta ahi, detenida, sino que es otra.
quién es esta niña, que sale de mi mente, tiene coletas largas como las mías, usa calcetines pakita de holanes de seda. Está muda y retraída, sin pertenecer al grupo de chiquillos, se esconde detrás de la hierba crecida y lo observa todo.

- calla , no digas que estoy escondida entre la hierba. Los lirios son como pericos me calan en la caraY yo callo.

Pero la fría mirada de la niña se clava en mi espalda y me intranquiliza, ni siquiera el sonido de mis pies en el agua, me dan sosiego.

- métete, no seas miedosa-me grita alguien.

Yo solo atino a sonreir, pero es mentira. Mis labios están tensos, se me fue la paz. nada me la devolverá, mas que saber que la niña escondida en la hierba se ha marchado. Antes ,no duraba tanto , pero ahora , cuando regresa, pasa horas y horas vigilándome, fingiendo ser yo.

-¡No soy yo ésa!- grito, pero no me salen las palabras.

Escucho. Las ramas alcanzan la corriente del río que azotan vertiginosa entre las raíces que sobresalen de la tierra. el río avanza tierra adentro. Ondula con mas fuerza mientras enturbia las aguas que siguen bajando lentas y cadenciosas río abajo.
La creciente viene, la oigo bramar a lo lejos.

- ¡corran!- alguien grita y los chicos salen en desbandada y yo detrás de ellos, subimos la ladera justo en el momento que el rio arrasa tierra adentro engulléndolo todo
Los arboles quedan debajo del agua. nosotros espantados miramos en que momento el rio avanza y sigue avanzando. La fuerza del agua arranca de raiz algunos arboles y se lleva el puente del pueblo..no le da tiempo a quedar debajo del agua, la corriente arranca las columnas y al mismo tiemblo que arranca los tablones.
El aullido se calla, el agua se vuelve una mole silenciosa que se mueve intransigente. Con sus garras amenaza alcanzar mas allá de la cima. Todos  logramos subir, menos la niña con dos coletas que se escondía entre la hierba y a la que los lirios le picaban la cara como si fueran pericos rojos y anaranjados. No la veo a mis espaldas, ni entre la pandilla. Tal vez el río la arrastró, liberándome de ella.
Mi paz renace de nueva cuenta, pero de inmediato la culpa y la vergüenza de alegrarme de que no esté, la sofoca. No se debe desear la muerte nadie, ni siquiera para los enemigos, aunque ellos sean parte de nosotros mismos.
Mudos, increíblemente mudos, vemos como el río sigue su camino, sin percatarse del exterior, el mundo dividido en dos pedazos. El ayer y el hoy.
Cuando bajen las aguas y todo vuelva a la calma, podremos ver como es que el río amenaza y cumple cuando se enfurece.