miércoles, 22 de septiembre de 2010

Teresa

Camino a la iglesia, bordeando las tapias del corral de los Moreno, iba caminando Teresa. Llevaba un vestido de flores de colores sobre una tela blanca. Su cabellos castaño caía en dos coletas sobre sus jóvenes hombros.

Los domingos solían ser muy callados por el rumbo de la iglesia, la gente del pueblo llegaba en silencio y se preparaba para la misa, se veían tan aburridos, tan llevados a la fuerza. Teresa siempre iba sola a la misa, sus padres preferian quedarse a la orilla del rio recogiendo verdolagas o espinacas, a según el tiempo,y cuando hacía frío, se quedaban en casa cocinando camotes.
Pero teresa siempre iba a la iglesia, porque  la iglesia tenía  algo que le llamaba al corazón, y no era precisamente el cristo del recinto, ni las vírgenes a los lados de las góndolas. Ni siquiera el san Martin ,  tan venerado por aquellas tierras. No, lo que todos los domingos  llevaba a teresa a la iglesia, era el pequeño órgano que doña clementina tocaba enmarcando las palabras del sacerdote.
Todas las misas se le hacían cortas, si se trataba de escuchar aquel órgano maravilloso.

Teresa sentía que ese momento era el único regalo que valía la pena. Hasta que de Urique llegó Cenaido. Urique  no queda muy lejos de este pueblo, pero  los caminos son agrestes y peligrosos, y  parecía que cenaido había venido bordeando el rio, siguiendo la vertiente  del rio fuerte, porque traía encima de si todos los rayos del sol.

Si,  Cenaido era un mestizo que tenía la piel oscura y los ojos azules, robusto y alto, más alto de lo normal . Un mestizo que usaba calzón de algodón  blanco, camisa roja con matitas blancas y huaraches de caucho con cintas de piel de becerros, su cabello negro y largo brillaba casi azul de tan oscuro. Un palaicate rojo en forma de cinta cubría  y absorbía el sudor que perlaba su frente.

Al llegar al pueblo todos se asombraron. estaba acostumbrados a mirar indios. pimas, guazapares, mayos, pero tarahumaras era poco común, porque los raramuris  no se atrevían a bajar mas allá de sus tierras, permanecían arrinconados en lo  mas profundo de las cañadas para que nadie los encontrara. 

Caminando por las calles notó que las personas se asomaban a la ventana para ver quién entraba en el pueblo a esas deshoras. No se dió por aludido. Sobre las calles , el sol  caía , ni  siquiera los perros asomaban la cabeza. Cenaido cansado y un poco fastidiado, se acuclilló debajo de un álamo y esperó.

Teresa que venía por el camino rumbo a la iglesia, más temprano de lo usual, reparó en ese bulto rojo y blanco debajo del álamo, una duda asaltó su cordura y no sabía si pasar delante de ese desconocido, camino a la iglesia, entre el que si y el que no, sus pasos la llevaron por el mismo camino. El hombre esperó a que la niña pasara y entonces le preguntó por doña clementina. Teresa se sobresaltó un poco, encogió  los hombros al mismo que susurraba que debía estar en la iglesia.

El hombre se levantó y siguió los pasos dela niña. Cuando llegaron a la iglesia, el hombre se detuvo en la entrada, dudando. Pero Clementina sentada en una de las bancas al lado del atrio, le hizo señal de que se acercará.
Cenaido obedeció y sin persignarse, avanzó entre las bancas hasta llegar con ella. Clementina le recibió con una enorme sonrisa al tiempo que le señalaba que se sentará.
Teresa, como siempre,  sentada en la primera fila, desde donde  podía ver como Clementina tocaba el organo, reparó que el hombre moreno se quitaba un bulto negro que colgaba de su espalda. Y de ahi sacaba un instrumento de cuerdas color arena.
Animado por Clementina, el hombre empezó a tocar y a cantar en una lengua desconocida, el sonido era lastimoso y nostálgico.Mientras cantaba, la congregación empezó a llenar el templo,  todos parecían sumergirse en el mas extraño sopor mientras escuchaban a ese indio de ojos azules, cantando alabanzas a dios en una lengua jamás escuchada.

Clementina estaba eufórica  mirando a la congregación que inmovil no atinaba a hacer otra cosa mas que  observar a ese hombre moreno que tenía una voz de privilegio.

Pero teresa, estaba completamente concentrada en los dedos de ese hombre, esos dedos que bailaban sobre las cuerdas produciendo la mas encantadora melodía. Un regalo más. Al comenzar la misa, el párroco agradeció a Cenaido su concierto y le felicitó por lo precioso de sus cantos, y Teresa pensó que también debió felicitarle por lo bien que bailaban sus dedos sobre las cuerdas de lo que después supo, se llamaba guitarra.

Muchos días después, cuando la gente del pueblo se acostumbró a Cenaido. Teresa se animó y le dijo que le gustaría aprender a bailar los dedos como él lo hacía. Y cenaido le enseñó.

Pero era difícil la enseñanza porque solo había una guitarra, así que cenaido se hizo el propósito y le construyó una guitarra con  madera de pino, aunque no sabía si lograría que sonara con la misma calidad de su pino. Un pino verde, lleno de agua y vida. Este era otra clase de pino, uno que indicaba que el terreno estaba cambiando, que la sierra terminaba y el bosque cedía a las bastas praderas. Pero lo importante era tener una guitarra.
Cuando la guitarra estuvo lista, Teresa supo que también sabía cantar.