miércoles, 22 de septiembre de 2010

y era don cuco

Cuco era el sordomudo del pueblo. Es que en mi pueblo había de todo, desde sordomudos hasta, ni pa' que les cuento, después van a pensar que son puros inventos míos. Y es que en ese pueblo, creo que en el de todos, se inventa de todo, desde los más absurdos chismes hasta las más increíbles historias de aparecidos. 
Pues mi pueblo era como todos los demás pueblos, había desde aparecidos hasta casa de putas -que ninguna mujer honorable se dignaba mirar, y no digan que yo les conté-. Y ni que decir de los fantasma, pa’ el colmo salían de la noria que estaba al fondo del jardín en la casa de mis abuelas Tencha y María ¡
¡ ¿cómo no iban a tener una mujer de blanco, mujeres de tan alto abolengo?! 
Para tener prestigio, debían tener además de alcurnia, alguno que otro secretillo de mecedera ¿ por qué de mecedora? Porque es donde mejor sabe contar los secretos, en las mecededora, casi a punto de la siesta, cuando el sol pega de reflejo por la resolana. Bueno a mis abuelas tener un fantasma habitando en casa daba, además de miedo, mucha distinción. Bastantes sustos ponía esta mujer de blanco por la región- ahora dirán que son inventos míos, y me volverán a expulsar del pueblo. 
Luego está la casa de mala nota, yo creo, no sé porque razón que la casa de las putas estaba en la parte trasera del zaguán. Nos tenía prohibido acercarnos:-no se acerquen que ahí salen el señor del costal que es cuñado del señor de remolino, él que arranca las cabezas. 
Mis abuelas habían rentado la parte trasera de la casa a unas personas desconocidas. Esta parte prohibida de la casa daba de frente a la estación del tren, muchas veces nos toco ver asomándose por la ventana a unas mujeres de peinados extraños y caras muy pintadas, ahora sé que eran las muchachas, porque de putas no se dice nada. 
Porque en ese pueblo no había ni mudos, ni tarados, ni nada de nada. Entonces Cuco que era el sordomudo del pueblo, que además era pariente cercano de mis abuelas- y no solo éste sino muchos más-, habrase visto tal familia. Pues bien, Cuco solía salir muy temprano de su casa, siempre calzando distintos zapatos, como no sabia escribir y a demás no podía hablar, no sabíamos porque razón hacía esto. Pero en una ocasión entre los tíos lo tomaron de la cintura y quisieron que calzara bien, entonces el sordomudo Cuco casi se volvió loco. Se arrancaba los cabellos, los adornos de la camina, pataleaba y bufaba como si le estuviera dando el peor de los retortijones. Los tíos se quedaron tan impresionados que jamás volvieron a intentar que se calzara el par de los mismos zapatos. Total que se pusiera el zapato que quisiera era razonable ¿acaso no era mudo? Si era mudo podía ponerse un zapato diferente en cada pie, ni quien le fuera a decir algo.
Pues Cuco y yo nos entendíamos a la perfección yo era muy pequeña y hablaba todo mocho, y Cuco que no hablaba nada me entendía muy bien. Me tomaba de la mano y me llevaba a pasear por la plaza abandonada y vieja del pueblo, a veces nos sentábamos en el kiosco y jugábamos a Marcelino pan y vino. No pregunten como es ese juego porque ni siquiera recuerdo si así se llama. En los postes que debían sostener el techo del kiosco, poníamos monedas que debíamos rescatar mientras cantábamos una canción, y un día, no sé de donde conseguimos un peso. ¡un peso! Todo lo que nos podíamos comprar con un peso, la nevería completa si así lo queríamos. Pero no, Cuco decidió que jugáramos a rescatar el peso. Y el peso. Se desapareció…Cuco lo quiso esconder tan bien, que nos costara mucho tiempo rescatarlo que lo puso sobre una columna hueca, claro que el peso se fue caída libre por lo hueco de la columna. Cuco me subió en brazos y me dijo a señas que metiera mi mano para alcanzar el peso. ¡oh dios! La columna se trago mi mano, luego mi brazo, me había quedado manca, empecé a llorar con locura. Cuco empezó a emitir sonidos raros, llorando al mismo tiempo que yo. Hicimos tal boruca, que desde la otra banda llegaron corriendo todos. El pueblo alrededor se atropellaba sin saber que hacer. La niña se había quedado sin brazo, pobre niña, todos alarmados sin saber que hacer, hasta que llegaron las muchachas, nada de putas, muchachas echaron manteca dentro de la parte hueca de la columna y por obra de magia mi cuerpo empezó a recuperar su brazo.
Después la disputa no era por que habían dejado que las putas salvaran el brazo, sino porque habían permitido que usaran manteca de puerco y no vegetal.
De todo había en mi pueblo, desde mudos, fantasmas y putas.
Y mi abuela que a estas fechas ya casi tan sorda que no oye, le fui a decir un día:
- abuela porque no hacemos un arbol genealógico
- ¡¿un qué, hijita?!
- un árbol genealógico, Lilia!!!
- es que no oigo

- Y ni ve- dice mi tía locha- y creo que ni oye