viernes, 17 de diciembre de 2010

En qué o en quién estaría pensando aquella mañana de febrero cuando bajé  hasta el lecho seco del río. Los arboles tenían aún, colgado el invierno y se mecían dentro de los sauces, lagañosas  las horas que empolladas esperaban la luz del sol para brotar en flor.
Febrero es un mes mágico en la ribera, el rio parece mas mesurado en su canto armonioso, las aguas han bajado de nivel pero la rapidez empieza a acrecentarse. Entonces recordé la historia 

cuéntase que en la ribera del río, ahi donde hace una cuneta el remolino de agua, subiendo un poco por la ladera que lleva al bosque de pinos piñoneros. Mas allá de los maizales de los arcadios. Entre las dos sendas de tierra roja encontradas por viejos mineros. Vivían dos seres de luz guarnecidos entre lo inhóspito del bosque. Procurando que nadie los viera, ni los oyese.
Para salir a beber agua procuraba  que el sol estuviera en el medievo, brillando con mucha intensidad, de esta manera sus ropas reflejaban los rayos solares y enceguecían a quien por suerte pudiera topárselos. Hecho muy difícil de darse. Eran muy cuidadosos y no quería ser vistos mas que en situaciones muy extremas.
Pero había meses, como los del verano en que,  cansados de estar recluidos, se atrevían a ir por los caminos. Se vestía andrajosamente , pensando que escondían su luz,  caminaban , apoyados con varas de peregrino, algunos de los caminos mas lejanos.
Estos meses de verano, eran los meses de luz y  ellos iban inundándolo todo con su esencia de nardo y de jazmín. Pero no se percataban de ellos. Montse y Toni creían que vistiendo harapos irían disfrazando y disminuyendo la luz, pero al contrario, la gente ya acostumbrada a verlos. Esperaban los meses del verano para verlos pasar. 
Unos, incluso se atrevían a salir de sus casas o hasta asomarse por los balcones para mirar y escuchar sus risas contagiosas.
En Vigo fue que me hablaron de ellos. hacía pocos días que había pasado. Iban camino a la ruta de Santiago. Tratando de comenzar y de caminar la ruta que el cientos años atrás había caminado. Yo también quería caminar la ruta del apóstol, no porque ellos fuera a caminarla. Sino porque era parte de la cultura que quería conocer, de alguna manera se parecerían a las peregrinaciones que se formaban en mi tierra para ir a la Basílica de Guadalupe.
Pero fue una noche, cuando pude conocerlos.Habíamos encendido una fogata y los leños trepidaban en centellas entre las llamas. A nuestro rededor, la oscuridad se levantaba como una muralla y nos  alejaba de los otros, me gusta ver danzar, proyectadas en la noche, las lenguas de fuego que se levantan al mismo tiempo amenazantes y acogedoras, cosa rara, pero muy cierta en el tema de fogatas. Y entonces algo se comió la noche, frente a mi, que era la única que seguía despierta, se materializaron dos seres brillantes, levanté la mirada y lo primero que observe fue el rostro cálido y amistoso de él, detrás sonriente estaba ella. ¡los dos seres de luz de los que tanto había escuchado hablar!
Me pidieron posada y yo asentí silenciosamente. Ellos, se sentaron a mi lado, uno a cada flanco de mi cuerpo. Y me hicieron parte de esa luz.
¿para que hacía falta la fogata si ellos traían fogatas propias?
Comenzamos a charlar, ellos despreocupadamente, yo con timidez. Ellos con desenfado, yo midiendo mis palabras, ellos con algarabía, yo con mesura.
No era común encontrarme con dos personas así. Ellos viajaron un buen trecho con nosotros, los demás los aceptaron sin preguntar nada, sin siquiera distinguir la luz que brotaba desde el cabello hasta la punta de los dedos de los pies.
Ellos siempre iban a mi flancos, como protegiendo mi andar.
Pero un día el camino se separó. Yo tenia que ir al Este y ellos al oeste, dos puntos cardinales contrarios  y coordinados al mismo tiempo.
Nos despedimos cuando el día aún no clareaba. ellos tomaron sus varas de peregrino y yo mi mochila de lona.
Mi mirada los siguió hasta que se perdieron en la lejanía, completamente segura de que jamás les volvería a ver. Algo se había arrancado de mi pecho y en mi conciencia se había hecho un hueco de color dorado, que pulsa todos los días a la misma hora.
Por eso , cada vez que bajo hasta el lecho seco del río y escucho como baja lenta y armoniosa la corriente, emitiendo sonidos de soledad, agregados al canto de la torcaza, el canto lejano de un gallo,el mugido de alguna vaca y sin olvidar el relinchido de  los alazanes. 
Sabía que esos sonidos me llevaban a algún desconocido lugar en el infinito de luz.


Es diciembre, he ido con mis amigas de compras por los mercados del pueblo, con el sol pesando sobre los hombres. siempre a cuestas...el bullicio que empieza a levantar debajo las lonas de los puestos. La algarabía de los marchantes que ofrecen su mercancía, los sonidos altos de mp3 que salen de las camionetas, tan acostumbrados a ellos, los olores de comidas preparadas, enchiladas, tacos de papa, tacos de deshebrado, y los postres. Por ahi ando un pajarero y un joven que vende  globos, todos los colores pintándose sobre el ambiente que llenan los lugares de colores 
y de pronto  el brillo de los cristales atrajo mi atención, en medio de un montón de antigüedades, casi escondidos para no ser notados estaban vestidos como quinqué , sus luces como siempre. La de toni del color de la luna, la de montse amarilla como el sol..
Me acerqué y les tomé una fotografía. ellos seguían reflejando sobre mis ojos el brillo del sol y de la luna...me platiné y doré con sus reflejos.