domingo, 26 de junio de 2011

Leonor el hada de los colores


Cuenta la leyenda que en el país de las burbujas celestes, vivía un hada del tamaño de una violeta. Leonor se llamaba esta hada pequeñita, de cabellos rosas y mejillas sonrosadas que tenía una sola misión en su vida: No permitir que el sol se quedara dormido.

Pero Leonor no siempre fue el despertador del sol. Cuando era niña, ella vivía con sus padres y dos hermanas a la orilla del Volcán Tutupaca, allá en las lejanas tierras de Chile. En ese lugar eran muy felices . Hasta que un día el volcán enfadó tanto que empezó a escupir lenguas de fuego y de ceniza, empezó a vomitar lava ardiente y mortal. La familia de Leonor salió del lugar volando entre las plumas de una lechuza que escapada del incendio.
La lechuza voló tan alto y tan lejos  tratando de navegar entre las nubes de ceniza que se iban extendiendo por el cielo azul. Y volando, volando pudieron llegar a  tierra del sol.
Sobre las ramas de un árbol seco,  ya lejos del peligro, la lechuza posó su cansado cuerpo y se echó a dormir.
La familia de Leonor descendió hasta el pastizal amarillo y seco. Era un panorama lleno de sombras,  desolación y de  frío.
  La luz de sol no se veía por ninguna parte y a oscuras, la familia buscó donde guarnecerse por esa noche. Afortunadamente pronto encontraron una madriguera abandonada y ahí se metieron, con sus manos hicieron una pequeña fogata que les entibió, en ese lugar si que hacía frío.
El silencio era completo y solo tronaban sutiles, dentro de la cueva, las ramitas de la fogatas. El cansancio los había vencido y dormían profundamente. Nadie sintió que un rayo azul de luz entró en la cueva y alcanzó a Leonor, la envolvió  con delicadeza y llevándola en vuelo, la sacó del escondrijo.
Leonor tampoco despertó, el cansancio la tenía profundamente dormida y no sabía que volando sobre la estepa el rayo azul y plateado la llevaba hacia la luna. La luna tomó a Leonor en el regazo y le dio dos besos en las mejillas, el olor y el calor del gesto hicieron que Leonor abriera los ojos sin regresar completamente del sueño.
La luna enorme y plateada le sonrió y le despertó. Leonor miró hacia abajo y vio que allá a lo lejos la tierra cambiaba de colores. Podía ver como la tierra tenía también una luz que la envolvía y la hacía un digno espectáculo.
Cuando estuvo completamente despierta se atrevió a preguntar que hacía ahí, tan lejos de su gente y de su lecho. La luna le dijo que necesitaba de su ayuda, que necesitaba de su total disposición porque lo que le iba a pedir, era  de cierta manera un sacrificio, y tal vez, solo tal vez tendría que renunciar a sus costumbres, a su vida de siempre, a su familia.
Leonor no atinaba  a creer lo que veía y lo que escuchaba. Y qué es eso tan delicado que tienes que pedirme, le preguntó Leonor a la luna. La luna se aclaró la voz y le dijo:
-te contaré una historia un poco larga, pero te ruego que me tengas paciencia. Hace mucho mucho tiempo, el sol y yo éramos la misma cosa, habitábamos el cielo al mismo tiempo, donde estaba él, estaba yo, apoyándonos y amándonos.  Pero un día, fuimos separados, a él lo pusieron del otro lado del universo y a mi pegadita a la tierra. Dicen que todo fue porque los dioses se encelaron de nuestro amor y nos castigaron de esa manera. Luego nos dijeron que no podíamos compartir ni el mismo espacio, ni el mismo lugar, que donde estuviera él, no podía estar yo y viceversa, aunque a veces logro verlo en la lejanía no he vuelto a tocarle, ni él a mí. Está lejanía nos acerca en el amor, pero nos aleja siempre, estamos sin estar, un amor sin remedio.
Leonor escuchaba con mucha atención esta historia de amor que la luna le contaba, la luna fue explicándole todos sus momentos de soledad sintiendo como su corazón se hacía cada día mas fuerte con la fe de que un día podrían estar de nuevo juntos. Pero al señor sol no le pasaba lo mismo, cada día se sentía más débil, no quería luchar y hasta batallaba para despertar todas las mañanas. Si se tratara de nosotros solamente,- le dijo la luna-, me dejaría dormir como se duerme el sol. Pero de nosotros dependen muchas cosas y muchos seres y necesito que me ayudes a mantenerlo despierto.
-          Y yo qué puedo hacer por ustedes- preguntó Leonor- solo soy una pequeña hada que gusta de armar colores en maquetas-. A lo que la luna le respondió que efectivamente eran sus colores armados sobre maquetas los que debían darle un nuevo brío al sol, una nueva  ilusión de despertar.
-        -  El sol ama la pintura, Leonor- le dijo la luna- y tu misión es comenzar un cuadro todos los días y dejarlo inconcluso al caer la tarde, luego cuando el sol marche a dormir tu deberás terminar la pintura. El sol se irá a dormir emocionado y dispuesto a despertar temprano para  venir a ver el cuadro terminado a la mañana siguiente. ¿qué dices podrás hacerlo?
-          Entonces lo intentaré, solo te pido que me dejes ir a despedirme de mi familia, no quiero causarles el dolor de no saber en dónde estoy.
La luna la regresó a la madriguera, ahí Leonor esperó  a que todos estuviesen despiertos para contarles su misión. Todos se quedaron mudos de la impresión y de conocer tan importante misión. Segura qué podrás, Leonor? Le preguntó su padre. Un lienzo diario es una obra que requiere de mucha atención y entrega. Habrá días que no sepas o no tengas idea de que pintar. A lo que Leonor le respondió que confiaba en sus pinceles que siempre hablaban por ella. Que solo era tomarlos entre los dedos y los pinceles solitos se encaminaban sobre la tela.
La luna se llevó a Leonor a la punta más alejada en una región de la Tierra del Fuego, y la dejó al cobijo de un viejo roble que había soportado los más cruentos inviernos. Alejandro, le dijo la luna, a tu cargo dejo a Leonor, ella te ayudará a despertar al sol todos los días.
Leonor se dio cuenta que el sol hecho una bola de pelo amarillos dormía en lo más alto de la copa seca del árbol…dormía de una manera acompasada y tranquila, pero de cuando en cuando una lagrima resbalaba de sus ojos cerrados.
-está triste-, le dijo el roble-, cada día está más triste y  ya no quiere despertar, se la pasa dormido.
Leonor abrió su maletita de madera, donde guardaba sus pinceles y sus colores, extendió su caballete y empezó a pintar mientras entonaba una melodía dulce. El sol abrió lentamente un ojo y miró  hacia donde estaba esa mata de cabellos rosas que destellaban sobre la oscuridad. La curiosidad le hizo desperezarse, y conforme iba despertando la luz iba inundándolo todo. Se acercó por detrás del hada y le preguntó:
-         -  Que pintas?
A lo que Leonor le contestó:
-          -Ah, espera y lo verás.
Desde entonces el sol siempre está deseoso de ver los colores que gimen desde el lienzo de Leonor, todas las mañanas salta con energía desde lo alto de la copa del árbol para ver terminado el cuadro.