domingo, 26 de junio de 2011

Fran el duende remendón


En la región de los lagartos habitaba una comuna de duendes zapateros, Todos eran duendes trabajadores y expertos en producir zapatos. Por la región les llamaban los duendes remendadores aunque su trabajo no consistía precisamente en remendar algo.
Don Anselmo el zapatero más anciano del pueblo tenía un hijo, Fran que era el más pequeño de sus siete hijos, y este niño se rebelaba ante el claro conjuro, todos los que vivan en este pueblo deben ser zapateros. Y claro Fran se negaba rotundamente a confeccionar algo que tuviera de ver con zapatos. Pero sin embargo era un niño muy bueno con las agujas y las tijeras y siempre hacía trabajos de altísima calidad. Y su padre siempre lo ponía de ejemplo frente a los demás hermanos. Fran tenía un oscuro secreto guardado en una repisa, en lo más alto del ático de su casa, una caja llena de papeles donde había escrito los más hermosos poemas. Pero temía que si descubrían su afición, las personas del pueblo ya no quisieran cruzar palabra con él.
 Fran era un niño muy silencio y observador que gustaba de hacer amigos, en el pueblo, todos sabían que era un niño cauto y discreto, que gustaba de escuchar a los demás, y le tenían un gran aprecio.  Porque este duende de ojos pequeños y oscuros siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás de la manera que fuera y en el momento que se necesitara, nunca ponía reparos, ni fingía pretexto para no levantarse y tender una mano de ayuda.
Pero Fran, un día creció y de la noche a la mañana se vio llevando sobre sus hombros toda la responsabilidad del taller de zapatos. Había tenido que, no recordaba porque razón, hacerse cargo de la dirección del negocio, sus hermanos todos mayores se sentían ofendidos de que el padre lo hubiera seleccionado a él, era cierto que era el mejor zapatero de toda la región, pero también era cierto que era el más pequeño de los hermanos y por lógica debía a esperar a ser el último para  ser el jefe . Y por  razones que aún no atinaban a comprender, ahora su hermano menor les controlaba en todo. Y mira que Fran era un duende muy organizador y muy trabajador, más que cualquiera de sus hermanos, y desde que su padre se había retirado del negocio, Fran lo había puesto en orden y todo surgía con muy buenos proyectos y muchas ganancias. Pero no se confundan, no hablamos de ganancias monetarios, porque los duendes no usaban el dinero, utilizaban la mercancía como trueque, y cambiaban los pares de zapatos , por cajas de pan, de centeno, de verduras , de frutas y eso era la medida de las ganancias. Sus hermanos y él tenía muy bien surtida la alacena de todas las familias. Pero los hermanos esto dejo de importarles motivados por la discordia que se venía sembrando entre ellos.
Pero Fran permanecía ajeno a estos malos sentimientos que se estaban despertando en sus hermanos. Ocupado con llevar bien el negocio y tratando de no pensar  en sus poemas, a los cuales tenía completamente en el olvido, por culpa de la falta de tiempo, del excesivo trabajo, del agotamiento extremo a los que últimamente se veía sometido.
Más que nada añoraba poder subir al ático y dedicarse por horas y horas sin tener que dar razón a nadie de lo que hacía metido en ese oscuro y polvoriento lugar. Pero tenía meses sin poderlo hacer. Sentía un compromiso muy fuerte con su padre anciano y con las familias de sus hermanos y eso lo arrancaba de su pasión.
Pero su necesidad por lo poemas iba creciendo y creándole muchos conflictos diarios. Y empezó a creer que la mala voluntad que últimamente notaba en sus hermanos solo era el reflejo de la amargura que él estaba empezando a sentir por no poder escribir. Fran empezó a notar que estaba cambiando, que sonreía menos y que siempre andaba cabizbajo ocultando las lágrimas que salían por sus ojos denunciándole.
Un día a la zapatería entro un mayate chillón color verde y pidió con urgencia hablar con el encargado del negocio, Fran que en ese momento estaba en la bodega, salió corriendo para ver que se le ofrecía al mayate regordete. Era muy extraño que personajes ajenos al taller llegaran al lugar. Pero el mayate tenía una misión muy importante quería que su comunidad fuera calzada por ese taller y que además como marca de los zapatos le pusieran una hermosa leyenda la parte visible de la suela.
Fran convocó a reunión y les explicó lo importante del encargo. Pero claro, los hermanos se resistían a aceptar el trabajo, pero solo por la única razón de que era Fran quien se los pedía. Ellos se habían cansado de obedecer a su hermano menor y querían que el puesto fuera revocado y que en su lugar estuviera el hermano mayor de todos, Carlitos el obrero. Fran no ponía objeción, él en definitiva nunca quizo ser zapatero, él siempre había deseado ser poeta. Y el oficio le estaba quitando la oportunidad de serlo. Pero el anciano padre no quería que Fran se fuera del negocio porque temía  de Fran  siguiera un camino que no le conduciría a nada bueno. A ciencia cierta el duende no sabía lo que Fran quería ser, siempre dio por hecho que  como todos en el pueblo, Fran también quería ser zapatero, pero a últimas fechas empezó a sospechar que Fran escondía anhelos que no mencionaba a nadie.
Fue en esa reunión que Fran mencionó que si todos votaban porque carlitos se quedará a cargo, él con mucho gusto dejaría el negocio en sus manos, solo con la condición de que no le pidieran nunca más que confeccionará un solo zapato.   Los hermanos accedieron gustosos de quitárselo de encima. Sin saber que a Fran le hacían un enorme favor.
El taller tenía renombre porque  de ahí salían los mejores zapatos, pero de pronto los hermanos se vieron frente a un problema, no sabían que lema ponerles en el lomo de la suela. El mayate había sido específico, debe ser un lema que nos identifique a donde quiera que lleguemos volando. Por más que pensaban y pensaban no lograban dar con un lema lo suficientemente bueno y que dejara satisfecho al mayate. Todas las frases que le ponían frente a los ojos eran  rechazadas.
La producción ya estaba casi completa, solo faltaba el dichoso lema. Así que Carlitos se armó de valor y fue en busca de su hermano Fran que estaba metido en la buhardilla olorosa y sucia del taller, allá en la parte las lejana y oscura se veía  titilar la luz de una lámpara. Y Ahí con la cabeza inclinada estaba Fran que garabateaba algo en unas hojas. Carlitos pensó que seguramente era diseños nuevos de zapatos. Pero antes de poder echar una ojeada, Fran se levantó y cubrió los papeles con una carpeta. Le preguntó que si en qué le podía ayudar y Carlitos le explicó que no daban con la frase que fuera bien vista por don mayate y que ya se les quemaba el cerebro pensando algo bueno. Fran  le dijo que él se las escribiría que solo le dieran un momento a solas.
Carlitos regresó al taller y una hora más tarde Fran salió a buscarle. Sus hermanos al verle entrar se sorprendieron del cambio tan drástico que notaron en él. Le brillaban los ojos y en su boca llevaba una amplia sonrisa que le llenaba la cara, su color era sonrosado y caminaba con mucha flexibilidad y soltura. Se acercó a Carlitos y le dio un papel donde llevaba escrita una frase que sabía le iba a gustar a don mayate.
en esta comunidad damos pasos con bien porque calzamos muy bien. Decía la frase que a Carlitos le pareció idéntica a las demás, pero que a don mayate le encantó.

Aprovechando que había salido del ático se acercó a casa de su padre y se sentó a tomar una taza de te, y comenzó a charlar con su anciano padre, recordando cosas de cuando era niño, mientras por el frente del portal veían pasar a las hadas que iban y venían llevando y trayendo. Su padre que ahora no hacía otra cosa, más que leer, empezó a conocer al Fran que nunca había puesto a la vista, la sensibilidad que mostraba y la buena disposición hacia la vida. Sin rencores, ni falsas pretensiones. Un ser cálido y honesto que estaba dispuesto  a todo con tal de ayudar a los demás. Este conocimiento lo llenó de alegría, sabía que sus hijos todos eran buenos, pero Fran era distinto y aún no sabía  por qué le parecía que fuera así.
Después de algunos meses, Fran regreso a la casa de padre y puso sobre su buró un bulto. El anciano lo tomó entre sus manos, era un libro empastado en piel grabado a mano, palpo la pasta con el tacto y sospechó que eso tenía mucho que ver con su hijo fran. Las hojas de fino papel estaban escritas a mano. Una hermosa letra saltaba en sus ojos dejando los más exquisitos versos.
-          Siempre he sido un poeta, padre. Me esforcé diseñando zapatos. Pero lo mío son las letras.
-          Ya lo veo, ya lo veo.- le dijo el anciano mientras le daba un cálido abrazo.